¡Yo me lo merezco todo!

Por Mili Parra

Les suena conocidas estas frases: ¿Por qué no? ¡Yo me merezco eso y mucho mas! Yo trabajo duro y me merezco unas vacaciones; me merezco un carro del año; he sido muy herida y me merezco sentirme enojada con el mundo.  Yo misma he usado estas frases antes, el hecho de cuidar a mis hijas todo el día me cansaba y me merecía un descanso, no sabia que aun ese descanso me lo proporcionaba Dios.

En un mundo que constantemente nos enseña a exigir nuestros derechos, a luchar por lo que creemos que nos corresponde, y a buscar recompensas por nuestros esfuerzos, la idea de que “me lo merezco todo” suena atractiva. Pero cuando lo vemos desde una perspectiva cristiana, debemos hacer una pausa y reflexionar profundamente sobre lo que realmente significa recibir lo que “merecemos”.

El Mérito Personal

Vivimos en una cultura donde el mérito personal es altamente valorado. La idea de que el esfuerzo, la dedicación y la capacidad de alcanzar logros nos hacen merecedores de recompensas es algo muy arraigado en nosotros. Esto no es necesariamente malo, ya que la Biblia también habla de la importancia del trabajo y el esfuerzo.

Pero, ¿qué pasa cuando comenzamos a pensar que todo lo que tenemos o logramos es solo el resultado de lo que “nos merecemos”?  A pesar de nuestros esfuerzos y logros, la verdad es que no merecemos nada de lo que Dios nos da por su gracia.

Lo Que No Merecemos

En lugar de decir “me lo merezco todo”, debemos reconocer que lo que realmente “merecemos” es la separación de Dios debido a nuestro pecado. Sin embargo, a pesar de nuestro pecado, Dios nos ofrece su gracia y misericordia a través de su hijo Jesucristo.

La gracia es el regalo inmerecido de Dios, la bendición que no podemos ganar, que no podemos comprar y que no podemos reclamar como nuestro derecho. En Efesios 2:8-9 leemos: “Porque por gracia sois salvos mediante la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Este versículo nos recuerda que nuestra salvación no es un logro personal, sino un regalo inmenso de Dios. Es un recordatorio de que, aunque no lo merezcamos, Dios nos ha dado lo más grande: la oportunidad de tener una relación eterna con Él a través de Jesucristo.

El Llamado a la Humildad

La actitud de “yo me lo merezco todo” puede nublar nuestra comprensión de lo que es la verdadera humildad. Jesús, el Hijo de Dios, vino al mundo no para ser servido, sino para servir. Él vivió de manera humilde, sin exigir nada por ser quien era, y al final, se sacrificó en la cruz por nosotros. A través de este ejemplo, somos llamados a vivir con una humildad, reconociendo que todo lo que tenemos es un regalo de Dios.

En Filipenses 2:3-4 se nos enseña: “Nada hagáis por rivalidad ni por vanagloria, antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”. Vivir bajo la luz de esta enseñanza implica que, en lugar de exigir lo que creemos que merecemos, debemos buscar servir a los demás con un corazón humilde, reconociendo que todo lo que tenemos viene de Dios.

Gratitud y Humildad

No podemos caer en la trampa de pensar que, al reconocer nuestra humildad y nuestra total dependencia de Dios, debemos rechazar todo lo bueno que Él nos da. La Biblia también nos enseña a ser agradecidos por los regalos y bendiciones que recibimos, siempre reconociendo que es Dios quien nos los da.

En 1 Tesalonicenses 5:18 se nos anima a “dar gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. A través de la gratitud, entendemos que lo que tenemos no es un derecho, sino un regalo que debemos apreciar y usar sabiamente para la gloria de Dios.

Conclusión

Más que exigir “lo que yo me merezco”, estás llamada a vivir con humildad, agradecida por la gracia inmerecida de Dios y buscando servir a los demás como Cristo nos sirvió.

Debemos rendirnos ante Él con un corazón lleno de gratitud y humildad, reconociendo que lo que realmente merecíamos era la muerte, pero que por su gracia, tenemos la vida eterna.

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