¿QUIÉN DIRÍA QUE YO IBA A CAMBIAR?

Por Mili Parra

En la víspera del 31 de diciembre de 2005, mi vida dio un giro inesperado. Venía de un divorcio doloroso, y la tristeza me envolvía como una sombra. Durante años, mi existencia había estado marcada por el arduo trabajo, las fiestas y el alcohol. Pero esa noche, en una iglesia pentecostal, experimenté un encuentro que cambiaría mi vida para siempre.

Esa noche me sentía emocionada porque la amiga que me invitó me había dicho que íbamos a una celebración en esa iglesia y como estaba sola acepté ir. Mi corazón estaba lleno de impotencia y sin esperanza, de un día a otro mi hogar se desplomaba todo por una infidelidad. Me preocupaba mucho el bienestar de mis dos hijas y me invadía la incertidumbre.

Para asistir a esa supuesta fiesta, me vestí con atuendo festivo, apliqué un lindo maquillaje y calzaba unos zapatos cómodos para poder bailar. Sin embargo, al llegar a la ubicación, me llevé una gran sorpresa: en lugar de una fiesta, comenzaba el servicio de fin de año en la iglesia. Mi amiga, notando mi confusión, me tranquilizó diciendo que la celebración festiva tendría lugar después del mensaje.

A pesar de sentirme extraña en ese ambiente, rodeada de muchas caras desconocidas, decidí quedarme y escuchar atentamente el mensaje de esa noche. A veces, las sorpresas divinas nos llevan a lugares inesperados.

Eran alrededor de las 11 de la noche, y ¿yo me encontraba en una iglesia? Quién lo hubiera imaginado.

Mujer orando - Alma de Mujer

El pastor comenzó a predicar. En medio de su sermón, hizo una pausa y me pidió que me pusiera de pie. “Tengo que detenerme,” dijo, “porque el Señor me ha dado un mensaje para ti.” Mis piernas temblaban, mi rostro ardía y mi corazón latía a toda velocidad. “Dios te dice esta noche que hay un quebrantamiento en tu hogar, y no es tu culpa. El único error que has cometido es no tener a Dios en medio de tu matrimonio.” Las lágrimas comenzaron a fluir, y yo no podía contenerlas. “No es casualidad que estés aquí esta noche. Dios quiere que le entregues tu vida y todo tu ser. En dos años, verás que algo que anhelabas profundamente llegará a tu vida.” 

Me dirigí hacia el altar, como si estuviera en otra dimensión y sin importarme ya las miradas de tantos desconocidos. Ya no quería vivir de la misma manera; necesitaba ayuda. Así que puse mi vida, mi ser y mi futuro en las manos de Dios, haciéndolo el amo y señor de mi existencia. Desde ese día hasta el día de hoy me congrego en una iglesia cristiana evangélica, nunca más miré atrás.

Después de mi conversión, experimenté una paz indescriptible. Olvidé la fiesta y encontré esperanza en mi corazón. Entré a la iglesia sin esperanzas y abatida, pero salí con fuerzas renovadas para seguir adelante. Comencé mi camino de santificación.

Mi vida empezó a transformarse; ya no sentía esa depresión que me llevaba a refugiarme en el alcohol y el cigarro. En cambio, sentía que Dios me estaba brindando una segunda oportunidad. Una necesidad ardiente de conocer más acerca de Jesús me invadió, y empecé a valorar profundamente el sacrificio que Él hizo en la cruz por mí. ¿Quién era yo para que Dios me mirara? A pesar de sentir que no valía nada, Él me vio y me escogió para ser una de sus hijas.

Este es mi verso favorito: Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dijo el SEÑOR, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo. Jeremías 29:11

Han transcurrido 18 años desde aquel día, y mi fe sigue creciendo. No me he apartado de los caminos que Dios tenía trazados para mí. Me volví a casar con un hombre maravilloso que me respeta y me ama. Mis dos hijas también entregaron sus vidas a Cristo; se casaron con hombres que aman al Señor y hoy en día permanecen firmes en la fe. Solo tuve que creer en Dios y entregarle todo, permitiendo que Él obrara en mí y así mis generaciones venideras también puedan seguir a Cristo algún día. 

-Mili Parra

TESTIMONIO

La Paciencia de Jesús en la Montaña Rusa de mi Vida

Por Alexandra Rossi

Yo era una cristiana tibia, como muchas personas. ¿Qué quiere decir tibia? Amaba a Jesús, pero la necesidad de ser amada por una pareja era mayor. Creía en Jesús, pero dudaba de que Él me iba a sacar de mis problemas. Iba a la iglesia, pero cuando salía de ella continuaba haciendo lo que yo quería con mi vida. En pocas palabras, era la oveja que se escapaba del rebaño para trepar al precipicio.

Oveja perdida - Alma de Mujer