Por Mili Parra
No hay nada más lindo y significativo que el tener una buena amiga. Una amiga de verdad es importante para nuestro bienestar y para llenar nuestra alma de alegría y compañía. Idealmente, nunca existirán conflictos y siempre nos llevaremos de maravilla. Diremos algo como: “¡Somos muy buenas amigas y compartimos muchas cosas juntas, casi hasta pensamos de igual manera!”.
Si tú tienes una de estas amigas, tienes una bendición, un tesoro preciado. Las amistades genuinas no surgen de la nada, pues se construyen a lo largo del tiempo, a través de experiencias compartidas, risas y lágrimas. Aquella amiga con la que te sientes en sintonía, con la que puedes hablar sin filtros y que te comprende profundamente, es un regalo. Pero este regalo requiere esfuerzo y dedicación.
Las amistades son esenciales para nuestro bienestar, pero el mantener límites saludables es de igual manera crucial. Sobre todo, es parte importante para cultivar una amistad saludable y duradera. A nadie le gusta los límites, pero son necesarios.
La Biblia nos muestra que Jesús seleccionó a doce discípulos, quienes formaban su círculo íntimo. Aunque interactuaba con muchas personas, estos doce eran los más cercanos a Él y compartían una relación especial.
Jesús debe ser el centro de nuestras amistades. Él exige nuestra lealtad; busca amigas que compartan ese mismo pensamiento.
Aquí te explico algunos pasos para establecer y mantener limites sanos en tus amistades:
Antes de poner límites, toma un tiempo para reflexionar en tus necesidades, valores, principios y límites. Sé sincera contigo misma acerca de cuán cómoda te sientes y qué te abruma. El evaluarse a sí misma es la fundación para tener límites sanos. Todas tenemos una idea del tipo de amistad que queremos ofrecer y recibir.
Evalúa una a una tus amistades y sujeta todas a tus estándares (valores y principios) y a tus límites para ver cuáles son beneficiales y cuáles no.
Aunque nos encantaría que las amistades fueran inquebrantables, la realidad es que todos necesitamos límites. Establecer límites saludables es esencial para mantener una amistad duradera y sana:
Aunque nos encantaría que las amistades fueran inquebrantables, la realidad es que todos necesitamos límites. Establecer límites saludables es esencial para mantener una amistad duradera y sana:
Reserva tiempo para ti misma. No sacrifiques tus necesidades personales por la amistad. Es válido decir “no” cuando necesitas tu espacio:
“Yo necesito tiempo para mi este fin de semana”
Habla sobre tus expectativas y necesidades. Si algo te molesta, exprésalo con amor y claridad. La comunicación sincera evita malentendidos:
“Siento que me estás faltando al respeto”
Si te sientes agotada o emocionalmente drenada, es hora de establecer límites. No te sientas culpable por cuidar de ti misma.
“Necesito tiempo para mí misma”
Si sientes que te están mandoneando o te están faltando al respeto, pon una pausa y evalúa esa amistad. No te sientas mal en cortar aquello que no te edifica y ni te ayuda en lo absoluto. Si sientes que tienes que fingir ser otra persona para conservar esa amistad, no es bueno para tu salud mental.
El establecer límites es una manera sana de cultivar tus amistades. Aquellas que entiendan tus expectativas y el respeto que exiges se convertirán en un tesoro para ti. Igualmente tú serás de gran bendición para ellas. Recuerda que lo que no te edifica, te destruye, te trae abajo y eso no es sano.
¡Todo lo que tus siembras asimismo cosecharás! Sé una buena amiga, respetuosa y respeta también los límites de tus amigas. Te aseguro que disfrutaras de esas amistades y ellas llenarán tu alma de amor y alegría.
Tu vida puede estar en el mejor momento: el trabajo, los hijos, el matrimonio, los planes de vida, pero, aun así, puedes quedarte sola de un momento a otro. Aunque todo parezca ir bien, descubrir una infidelidad y enfrentar el abandono puede cambiar tu mundo para siempre. De repente, tu castillo se derrumba y nada será igual. Tu mundo de colores se transforma en un sobrio y en blanco y negro.
Hubo una época en la que todo me salía mal. No conseguía trabajo, mis relaciones amorosas eran un desastre, cada idea que emprendía fracasaba o no prosperaba, tenía problemas en mi casa y me sentía completamente sola. Un día me enojé con Dios y le pregunté por qué me había hecho pasar por tanto dolor en mi vida. Siendo objetiva, muchas de esas situaciones no eran directamente culpa mía y se salían de mi control.
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